Share

Hansel y Gretel contra los piratas: tecnologías para combatir la falsificación de medicamentos

Autor Lic. Martín Marcelo Sgattoni

Había una vez…

A veces los problemas se parecen a los laberintos, nos envuelven y confunden a punto tal que preferimos estar perdidos antes que escapar de ellos. La verdad es que siempre hay una forma de salir; lo importante es afilar las neuronas y generar las soluciones. ¿Conoce el cuento de Hansel y Gretel? Sus padres los abandonan en el bosque, entonces ellos dejan un caminito de migas de pan para poder volver sobre sus pasos y salvarse.

¿Qué es RFID?

La Identificación por Radio Frecuencia es una tecnología que utiliza microchips (a veces más chicos que un granito de arena) para identificar y rastrear identidades. La información contenida en ellos puede ser leída a distancia, en algunos casos hasta a los seis metros. Para que me entienda, estoy hablando de una nueva generación de códigos de barras pero con dos grandes (enormes) diferencias.

En primer lugar, los códigos de barras no pueden ser leídos sin el contacto directo entre el haz de láser y la etiqueta. Los RFID pueden ser captados a distancia sin necesidad de contacto físico o visual.

La segunda gran diferencia es que los viejos sistemas indican el tipo de producto, por ejemplo, todas las latas de Coca Cola tienen el mismo número. El RFID identifica cada unidad en particular con un código único, una especie de DNI propio. Tendríamos entonces la lata 1, la lata 2, la lata 3… y aún así, todas serían de Coca Cola.

La cosa funciona así: cada etiqueta tiene un número de identificación único que se graba con unas impresoras especiales y se adhiere al producto que tiene que identificar. A partir de ese momento la etiqueta “duerme” hasta que se encuentra cerca de un aparato que emite una radiofrecuencia particular. Esta señal actúa como fuente de energía o “despertador”. La etiqueta absorbe ese poder y lo utiliza para contestar emitiendo la marca única que lleva grabada en su interior.

Más que una etiqueta

Las aplicaciones son infinitas y en este momento muchas de ellas recién están comenzando a gestarse. Algunas ya son de uso frecuente, como por ejemplo en los peajes de las autopistas. Los vehículos llevan en el parabrisas un dispositivo de plástico con una tarjeta RFID en su interior que les permite pasar por los puntos de pago sin detenerse. Ya se utilizan en cerraduras de autos, en bibliotecas y librerías para evitar el robo de libros, en edificios para restringir el acceso de personal, en aeropuertos para monitorear y seguir equipaje.

La FIFA ha desarrollado un sistema de venta de entradas que se implementará a partir del próximo mundial. Cada ticket lleva adherida una etiqueta de RFID que identifica al comprador. Planean detener las falsificaciones y detectar individuos que se presuma puedan provocar disturbios.

La Food and Drug Administration está terminando de revisar un protocolo en salud para el uso de pulseras adhesivas con RFID en los pacientes internados en hospitales. Se espera reducir drásticamente errores por historias clínicas cambiadas. Algunas posibilidades futuras dan para el debate: la FDA ya ha aprobado también un chip que puede ser implantado en humanos.

Hay usos más futuristas que parecen sacados de libros de Julio Verne. Algunas empresas de alimentos y de electrodomésticos ya han desarrollado prototipos de heladeras capaces de leer las etiquetas RFID de los alimentos para llevar control de las fechas de vencimiento y poder advertir a los usuarios: “Amo, la leche está podrida”.

Luego de un largo debate, Estados Unidos ha descartado recientemente incluir RFID en sus pasaportes. En un principio creyeron que esta tecnología aceleraría la circulación de pasajeros en los aeropuertos pero surgieron problemas de seguridad: temen que la posibilidad de leer RFID a distancia pueda ser utilizada a futuro por terroristas para identificar ciudadanos americanos en otros países, incluso programar bombas que exploten ante la proximidad de un individuo en particular.

Una de piratas

La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que uno de cada diez medicamentos que se consumen en el mundo es falso, lo que representa grandes riesgos para la salud de los pacientes. Para la industria la pérdida económica y el desprestigio que sufren las marcas afectadas por este tema son enormes. El problema es reconocido, pero es una de esas cosas enmarañadas con las que aprendemos a vivir antes que intentar solucionarlas. Un laberinto.

Algo se puede piratear cuando lo que define su identidad es copiable. Hoy en día la personalidad de un medicamento está dada por su caja, su marca, sus colores. Esos elementos lo definen. Es lo que el farmacéutico utiliza para identificarlo, para tomarlo de la estantería y venderlo. Se han intentado muchas cosas para hacer que esa identidad sea difícil de copiar: códigos raros, packagings más elaborados, hologramas. Nada es 100% efectivo. Hay una realidad que hay que enfrentar: hoy por hoy, todas las características físicas de un elemento son copiables.

Entonces la solución es simple: el original debe tener algo que no se pueda duplicar. En este sentido debemos ir al origen del remedio que es el laboratorio. Es allí donde podemos dar fe de que el medicamento existe y es original, porque una vez que abandona la fábrica no sabemos que pasa con él (me refiero en lo individual, no a datos de stock, que sí existen, pero para este problema no sirven de nada).

Dejando miguitas

¿Y si el laboratorio incluyera en cada unidad de medicamento un código de RFID que la identifique? ¡Ya sé lo que está pensando! ¡No va a faltar alguien capaz de falsificarlos también! Bien, pero al momento de despachar el medicamento se puede realizar la lectura de la etiqueta, dejar registro de a qué droguería ha sido enviada esa unidad en particular. No se trata de copiar las etiquetas, sino también cada uno de los códigos contenidos en ellas individualmente. Una tarea imposible.

La droguería recibe los medicamentos, los lee y los coteja con los códigos de identificación del laboratorio. Si alguien cambió alguna cajita, saltará el error. Al realizar la distribución la droguería hace lo mismo que el laboratorio, registra a qué farmacia envía cada unidad. ¿Va siguiendo las miguitas?

El farmacéutico, al momento de despachar el medicamento, verifica el RFID nuevamente. Hay beneficios extra para él: automatiza el control de fechas de vencimiento, por ejemplo. Si la identificación en el punto de venta presenta alguna anomalía, el sistema de facturación puede impedir la venta y enviar un alerta electrónico al organismo de control correspondiente. La incongruencia puede ser detectada por cualquier punto de la cadena que realice la lectura de la etiqueta; ya sea la distribuidora, la droguería, el hospital o incluso el paciente mismo.

Las etiquetas de RFID son caras, pero se espera una abrupta reducción de sus costos en los próximos dos años debido a las economías de escala que se están estructurando en torno a ellas. Pero aún hoy el ahorro para los laboratorios podría ser millonario. Estamos hablando de un valor actual de diez centavos de dólar por etiqueta a cambio de una reducción de la piratería a índice cero. Por ejemplo, diez centavos en una vacuna que vale diez dólares representa el 1% del precio final. Bien vale la pena el gasto a cambio de eliminar ese 10% de unidades piratas, aumentar las ventas y disminuir las primas de los seguros de transporte.

Así, el medicamento es por lo que es, pero también por su origen y su camino recorrido. Cada cajita deja su caminito de migas electrónico para no perderse. Como todo cuento, tiene un final feliz; es cuestión de unir voluntades para llevar la modernidad a la realidad.

Autor Lic. Martín Marcelo Sgattoni.

Este artículo ha sido publicado en Revista INTER PHARMA (publicación de la Sociedad Argentina de Marketing Farmacéutico).